Fecha: 22-08-2014
Los días 15, 16 y 17 de agosto
A las ocho en punto de la mañana, con exactitud suiza, la grupeta de la vuelta a Asturias cicloturista comenzaba a rodar en su primera etapa.
La mañana estaba fresca y el grupo rodó en armonía, atravesando las tierras de Llanera y Las Regueras a alcanzar el puente de Peñaflor, donde el padre Nalón se deslizaba lentamente en la escosura agosteña.
Tierras de Candamo y Salas por San Tirso y Cornellana, atravesando el más acaudalado Narcea, a rendir la primera parada en la capital, Salas, que nos recibe festiva, con el Viso engalanado allá en la altura y las bandas de gaitas alegrando le villa en musical pasacalles. Café y carajitos para combatir el frescor de la mañana y arranque, con cambio de capitanes al frente, para atacar el puerto de la Espina.
Primer gran éxito de la experiencia: la grupeta alcanza el alto en perfecta formación de dos en fondo, al completo y compacta. Solamente un doble pinchazo, al que ayuda el cierre para unirse al grupo en Tineo, segunda pausa de la jornada.
La villa tinetense está preciosa en su remodelación y en la plaza delante del ayuntamiento repone aliento el grupo. Se cumplen escrupulosamente los horarios y a la una reanuda la marcha camino de su destino.
Atravesando frescos túneles de impenetrable vegetación, discurre la grupeta por la antigua comarcal de la Espina a Fonsagrada, hoy plácida vía para el cicloturista al desviarse el tránsito por carreteras mejor acondicionadas. Cruzamos Gera y San Facundo, dando vista a la Puela y su amplio valle con el fondo de la sierra del Palo y, bajando, rendir la primera singladura en esta Pola de Allande donde yantamos y albergamos con la maestra mano de Antonín en la Nueva Allandesa.
Mañana esperan 150 km y tres colosos de más de 1000 metros: Palo, Acebo y Connio.
Hace fresco en la Puela cuando se pone en marcha la grupeta. El sol quiere salir tímidamente de entre las montañas a calentar el fondo del valle mientras en las alturas las palas de los eólicos luchan contra mechones de negra niebla.
En ordenado y compacto grupo coronamos el Palo. Arriba un gélido viento corta la respiración. La imprescindible pausa para hacer la instantánea de grupo y hacia abajo, a buscar el calor del valle. El inmenso barranco que el Navia excavó en las cuarcitas auríferas se abre ante nosotros mientras atravesamos los canchales que con su técnica de arruinar el monte dejaron las labores romanas al lavar las piedras. A lo lejos, por encima de los montes, brilla al sol de la mañana Fonsagrada. A Fonsagrada no bajan los lobos. Pasamos Berducedo y bajamos suavemente a la presa que contiene las bravuras del Navia mientras a la derecha el Carondio luce los fucsias de su tapiz de brezo en flor. En su falda toma el sol el alcornocal de Bojo con los “sufreiros” destacando su verde sobre la grisácea pizarra.
Y la presa de Salime nos permite salvar los 130m hasta el fondo del valle, comenzando 7 km de dura subida que nos dejan en Grandas, primera pausa del día. No hay tiempo para visitar la colección atesorada por Pepe el Ferreiro a lo largo de una vida, verdadera cultura de los pueblos. Siempre hay un día para visitar el museo.
Cumpliendo horario, subimos a la Farrapa, donde elaboran los manjares de quesos de Oscos y por las grandas que forman las sierras planas de occidente vamos haciendo camino hasta toparnos con el brutal paredón que ha quedado con la remodelación del puerto del Acebo.
Foto de rigor y seguimos ruta, despidiendo a Fonsagrada que sigue blanca y resplandeciente en su atalaya, para alcanzar algunos metros más de altura antes de desplomarnos vertiginosamente al fondo del Navia. Por encima de las cumbres destaca el Miravalles, final de Asturias y la cordillera Cantábrica, protegido por los cordales de Pelliceira y Boiro. “Ibias, Ibias, Dios me ayude”, reza el escudo de esta noble y agreste tierra.
El embalse tiene bajo el nivel, así que vemos discurrir el río por debajo del puente Boabdil, enfilando el valle del Ibias hasta que volvemos a Asturias por Marentes y alcanzamos San Antolín, reponiendo fuerzas con las viandas que nos ofrecen los fogones que maneja con maestría Estrella en el Hermanos Leiguarda.
Los ciclistas dicen que no se puede andar en bicicleta con el estómago lleno. Considero que como no se puede andar es con él vacío.
Cumpliendo horario, pasadas las tres nos enfrentamos al último coloso del día: el Connio.
Por primera vez se rompe la grupeta y hacemos tres grupos para que cada uno supere los casi 20 km de ascensión al ritmo que le resulte más cómodo. Hasta Centenales aprovechamos el frescor de la fronda pero aquí cogemos una ladera al sur que permite al sol de mediodía que nos martirice con sus rigores, hasta que, dejado atrás el brezal, entramos en el paraíso de Muniellos: una ladera orientada al norte, morada de osos y urogallos, en la que se dulcifica la pendiente y te arropan hayas, abedules y hasta algún tejo, mientras canta el agua por las cunetas y las graveras son colonizadas por los líquenes. Y por la izquierda, el bosque de Valdebóis, que baja hasta la estrecha barranca del río Viouga.
Foto del grupo en el alto y descenso en fila de a uno, para recomponer el treno de a dos en Ventanueva y bajar Narcea abajo hasta Cangas.
Pausa reglamentaria y reanudación de la marcha con el cansancio acumulado y las ganas de la ducha reparadora, la cena y el merecido descanso en la Allandesa.
Ha sido un día intenso en experiencias y emociones del que ha salido el grupo mucho más cohesionado aún. Mañana volvemos a la Morgal.
Encadenando puertos seguimos a Brieves, Muñás, La Mortera, Arcallana, La Mafaya, divisando al fin el Cantábrico y descendiendo bordeando el río Llantero a San Martín de Luiña y Artedo. Hemos dejado atrás el bucólico y duro paisaje y volvemos a la civilización, por la N-632 descargada de tráfico por la autovía y cómodo camino para la grupeta, que rueda relajada dejando la línea que sirve de guía en el medio de las parejas. Atravesamos el Nalón por el puente de la Portilla y con un poco de esfuerzo coronamos el Praviano donde reponemos energías en El Rancho.
Ya solo quedan 35 km. Cruzamos Piedras Blancas y Avilés en ordenada formación y, superada la Miranda, rendimos viaje en la Morgal.
Fueron tres días duros e intensos en los que disfrutamos de nuestro deporte, de las maravillas de esta tierra nuestra y la compañía de nuestros compañeros. La experiencia fue muy bien valorada por todos y ya estamos trabajando en una segunda edición para el año que viene.
J.R. Castro